
En la vida cotidiana solemos hablar de recursos como el dinero, la energía o la tecnología, pero pocas veces reparamos en que el más valioso de todos es, en realidad, el tiempo. A diferencia de otros, no puede ahorrarse, almacenarse ni recuperarse. Cada minuto que pasa es único e irrepetible, lo que convierte al tiempo en un recurso no renovable y, por ello, en uno de los mayores tesoros que poseemos.
Sin embargo, nuestra forma de vivir muchas veces lo desperdicia. La prisa constante, la saturación de actividades y la hiperconexión digital nos hacen perder de vista lo esencial: que el tiempo no se mide solo en relojes, sino en calidad de vida, en relaciones significativas y en proyectos con propósito. Reflexionar sobre el tiempo implica preguntarnos no cuánto tenemos, sino cómo lo utilizamos y qué huella dejamos en el proceso.
Ejemplos abundan en distintos ámbitos. Profesionales que reorganizan sus rutinas para dedicar más horas a la familia, empresas que adoptan esquemas de trabajo flexible para priorizar el bienestar de sus equipos, o jóvenes que deciden invertir sus energías en voluntariados, sabiendo que el verdadero valor del tiempo está en aquello que transforma vidas. Estas decisiones nos muestran que, aunque no podemos alargar las horas, sí podemos darle más sentido a cada una de ellas.
Las herramientas actuales también pueden ayudarnos. Desde aplicaciones digitales que gestionan tareas y nos permiten organizar mejor las prioridades, hasta metodologías de productividad que nos enseñan a enfocarnos en lo verdaderamente importante, el manejo del tiempo requiere disciplina, pero sobre todo conciencia. Porque lo relevante no es hacer más cosas, sino dedicar tiempo a lo que construye valor: aprender, crear, cuidar, acompañar, servir.
Desde el liderazgo público y social, valorar el tiempo significa repensar la forma en que diseñamos políticas, programas y servicios. Significa agilizar trámites para no desgastar a la ciudadanía en filas interminables, diseñar procesos más eficientes en la administración y garantizar que la gestión gubernamental esté orientada a ahorrar tiempo, no a consumirlo. Cuando una institución cuida el tiempo de las personas, fortalece la confianza y muestra respeto hacia la sociedad.
El tiempo es, en última instancia, el espejo de nuestras prioridades. Dedicamos tiempo a lo que realmente importa, y ese simple acto define no solo nuestro presente, sino también el legado que dejaremos. Vivir conscientes de su valor nos invita a elegir con más claridad, a estar presentes en lo cotidiano y a comprender que cada instante es una oportunidad para crecer, compartir y trascender.
Hoy, la gran lección es simple y poderosa: el tiempo no vuelve. Por eso, está en nuestras manos decidir si lo dejamos pasar o si lo convertimos en un recurso que da vida, esperanza y futuro.
Y tú, ¿Cómo estás invirtiendo tu tiempo en este momento de tu vida? Te invito a compartir tu reflexión en mi página de Facebook David Villanueva Lomelí, con los Hashtags #ElValorDelTiempo y #VivirConPropósito.
Como dijo José Martí: “El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.”
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